¿El amor como técnica de felicidad?*

por Javier Bolaños

El 9 de marzo de 2007 el diario Clarín publica una nota sobre las conclusiones que investigadores en el campo de las llamadas “ciencias de la felicidad” alcanzan en relación al amor, elevando su estatuto a ser la “mejor manera” de asegurar en el futuro la longevidad y felicidad del hombre. Diversos estudios en ese campo, se afirma, han llevado a gobiernos como el británico (llamados a causa de ello de “pro-felicidad”) a instrumentar políticas, como por ejemplo, de promoción de créditos comunitarios especiales para estimular la amabilidad y, como consecuencia, el estado de ánimo de las personas. Según dichos resultados es y será esencial amar, pues en el futuro eso podrá salvarnos la vida.

Ya en 1939 Sigmund Freud sostenía que la experiencia del amor parecía establecer en la sociedad el prototipo de toda felicidad, pero sin embargo alertaba, simultáneamente, de la peligrosidad de la elección de ese camino como “El” modelo a seguir.

Varias décadas después Jacques Lacan retoma ese punto al afirmar que existe una distancia ineliminable entre el hombre y la mujer, pues en el lugar de “La” relación naturalmente esperada se encuentra el goce (satisfacción) solitario de cada uno de ellos. Entonces interroga, de ser así cómo puede haber conexión entre ambos.

En 1977 responde proponiendo el juego de “la Morra” donde 2 contendientes dicen simultáneamente un número no mayor a 10, al tiempo que extienden los dedos de una de sus manos en una cantidad inferior a la pronunciada; el ganador será aquel que acierte la cifra correspondiente a la suma de los dedos de ambos jugadores. Justamente allí, asegura, “otra” satisfacción es conquistada. De este modo propone otro tipo de modelo a la hora de considerar el amor, uno que sujeto a la pura contingencia permite un encuentro en dicha distancia.

Pero si en el juego de la Morra alguien gana puede traducir el éxito en ilusión de haber logrado hacer existir aquella relación esperada, lo que lleva a Lacan un poco más lejos todavía al afirmar que toda satisfacción “suple” la inexistencia de La relación. Es, entonces, porque La relación no es posible que hay lugar para los más diversos vínculos sociales (o suplencias); pero hay algunos muy particulares, y es necesario subrayar aquí la novedad que Lacan introduce, que no pueden conocerse de antemano ni estar ligados a ninguna estrategia. Un amor ¿verdadero? que si bien conecta sigue alojando el vacío de la imposibilidad mencionada.

Es que la apología de una satisfacción (cualquiera sea ella) sólo puede retornar como “exigencia” del lazo social, como exigencia de “formas típicas” de relación con el otro. Lo social, en su condición moderna, presenta un nuevo síntoma al buscar establecer (nota de Clarín) una rutina globalizante del amor. Por el contrario en psicoanálisis, señala Jacques Alain Miller, “vivimos la reapertura de esta intersección vacía” entre los goces; devolviéndole la dignidad a la singularidad de cada elección.

* En Revista Exordio 1. http://www.sinthomaycultura.com/?cat=5