Temporalidad y silencio para un mundo pandemizado*

por Javier Bolaños

Partimos de un interrogante prínceps: ¿cómo plantear una tensión, en tanto recurso habitual del hombre a la hora de intentar resolver un problema cualquiera, cuando una de las partes en juego no parece tensionar con nada? Es que estamos presenciando crudamente cómo un desarrollo biológico, cuando se hace oír, no produce
interrogante alguno, sino que arrasa sin contemplaciones. Pero ¿qué hacer con ello?, ¿nos encerramos para protegerlo o para defendernos de él? 

Por otro lado, lo humano. ¿Sabemos dónde podemos hallarlo?, ¿o debemos comenzar a conformarnos con que es algo que extrañamente resulta de algunos acontecimientos biológicos? Sea cual sea la respuesta, ello parece encontrarse sin posibilidad de articulación. Lo humano, hoy en día, parece ser un problema. 

Prontamente, con el propósito de vislumbrar un horizonte, emerge una palabra presentándose como imprescindible: solidaridad. Pero, ¿qué podemos hacer con ella?, ¿entendemos solidaridad como un modo de reestablecer lo humano? Esto último, si damos por sentado, lógicamente, que ello se reestablece (no olvidemos que eso implicaría que alguna vez estuvo y se perdió): lo que implicaría ya tener una teoría al respecto. Y de ser así, ¿es lo único que puede hacerse con lo humano? 

Suele decirse, que la solidaridad es la respuesta humana por excelencia ante el arremetimiento de alguna catástrofe. Pero sabemos que, si hubo catástrofe, es porque ya estamos relevando los efectos de lo sucedido. Aún no ha llegado ese momento. Tampoco parece que estemos atravesando un proceso de crisis, en tanto cambio profundo del proceso mismo, pues carecemos de acuerdos respecto de a qué proceso en concreto
nos estaríamos refiriendo. Lo mismo sucede con el riesgo, pues qué es puntualmente lo que se halla en peligro. Si esto último no es claro, tampoco podemos soñar con que tenemos una oportunidad para alejarnos de él. Ya no hay nada seguro allí. 

La característica fundamental que sobresale de toda situación traumática es la falta radical de referencias que ella conlleva (como una ruptura, un agujero en, no entre, los saberes instituidos) y la incapacidad simbólica inmediata para responder a ella. Resolver ambas, sería salir del estado de urgencia que la situación traumática conlleva. Al parecer, y a la luz de los acontecimientos, estamos atravesando eso, lo que paradójicamente podría llamarse, tiempos de urgencia permanente. Por eso, para referirnos a la misma, preferimos recurrir a la palabra acontecimiento.

En tanto categoría conceptual y real en juego, un acontecimiento funciona como suplemento o exceso (en otros términos, lo que sucede más allá de la medida estipulada). Sin embargo, en un suplemento generalmente no está claro qué es lo que este agrega. Lo que sí es claro, es que cuando alguien se encuentra sobrepasado, ya no puede incluirse en las estructuras, siempre simbólico-imaginarias, que habitaba. 

Pero ¿podemos considerar que, a la urgencia, a lo apremiante, a la inmediatez, debemos oponerle la estabilidad? No olvidemos que el equilibrio es el ideal más importante de las diversas conceptualizaciones de salud. Hay referencias claras allí, sí. Aunque, por otro lado, tomemos en cuenta que sólo puede estabilizarse aquello plausible de desestabilización. De este modo, ¿cómo estabilizar un vínculo social? ¿Hay algún ideal de regulación en juego sobre ello? Hasta donde conozco, solo con el organismo, y con las máquinas, ello habitualmente puede realizarse. 

Si se acuerda con el diagnóstico de urgencia, en tanto acontecer que ha diluido las referencias, es necesario sospechar de aquellas soluciones que promuevan el equilibrio, restaurándolas. 

Es esperable que se suponga que, ante una urgencia, deba responderse con velocidad impetuosa, o con un movimiento rápido y acelerado. Y por supuesto que, en pos de ello, tal vez no sea necesario profundizar. Pero, justamente, por la falta de referencias mencionadas, no podemos atinar con exactitud (pues, para ello, necesitaríamos por lo menos, ciertas coordenadas). ¿La rapidez, entonces, es un modo conveniente? 

Es necesario hacer esta sutil, pero tajante distinción entre los términos, con el propósito de ir ubicando manifiestamente las cosas. Jacques Lacan, destacaba el valor de la prisa en un acto. 

Finalmente, el juicio asertivo se manifiesta aquí por un acto. El pensamiento moderno ha mostrado que todo juicio es esencialmente un acto, y las contingencias dramáticas no hacen aquí más que aislar ese acto en el gesto de la partida de los sujetos. Podrían imaginarse otros modos de expresión del acto de concluir. Lo que hace la singularidad del acto de concluir en el aserto subjetivo demostrado por el sofisma es que se adelanta a
su certidumbre, debido a la tensión temporal de que está cargado subjetivamente, y que bajo la condición de esa anticipación misma, su certidumbre se verifica en una precipitación lógica determinada por la descarga de esa tensión, para que finalmente la conclusión no se funde ya sino en instancias temporales totalmente objetivadas,
y que el aserto se desubjetivice hasta el grado más bajo. Como lo demuestra lo que sigue. 

En primer lugar, reaparece el tiempo objetivo de la intuición inicial del movimiento que, como aspirado entre el instante de su comienzo y la prisa de su fin, había parecido estallar como una pompa. Bajo el impacto de la duda que exfolia la certidumbre subjetiva del momento de concluir, he aquí que se condensa como un núcleo en el intervalo de la primera moción suspendida y que manifiesta al sujeto su límite en el tiempo para comprender que ha pasado para los otros dos el instante de la mirada y que ha regresado el momento de concluir. 

Ciertamente, si la duda, desde Descartes, está integrada en el valor del juicio, hay que observar que, para la forma de aserto aquí estudiada, este valor reside menos en la duda que lo suspende que en la certidumbre anticipada que lo introdujo. (2009, p. 164) 

Es que la prisa, de ningún modo remite a la rapidez, tal como podría creerse, sino que, al contrario, refiere a la brevedad, a la simpleza del acto, con ingenio, es decir, a la prontitud, pero con precisión. Esta diferencia radical, entre rapidez y prisa, reproduce aquella entre acción y acto respectivamente. Pero ¿para qué recurrimos a la prisa al respecto de la urgencia? Para destacar que, ante una falta de caminos certeros por donde transitar frente a lo acuciante de la urgencia, no se trata de reducir el tiempo de respuesta, sino de advertir qué anuda, y qué agrega, dicha urgencia. Ella ya forma parte de la realidad. 

¿Cómo es posible pensar en terminar con la urgencia cuando es exactamente por ella que nuestra realidad es otra? Ya no se trata de, como suele decirse, comprometerse con la urgencia, sino de operar con ella. Operar con el acontecimiento es moverse en la dirección que este ha añadido. Ya no puede ser sin él: y eso, obliga a crear. 

Más que restituir mecanismos de contención con la pretensión de perpetuar algún supuesto estado anterior, ¿se tratará, por ejemplo, de crear nuevas referencias? Por supuesto. Siempre y cuando no confundamos crearlas con restaurar aquellas del orden anterior. Una urgencia siempre refiere el orden anterior. Tal vez esa sea la razón por la que la prisa se asocia más al salto que a la continuidad. 

Pero deben hallarse razones y plantearse metodologías para que un salto, en tanto acto que, lejos de buscar reasegurarse, implica, primero, soltar el extremo de estabilidad y equilibrio anterior (Bolaños, 2017, p. 36), sea posible. 

En pos de ello, volvamos al problema de encontrarnos perplejos frente a un acontecimiento (en este caso biológico) que arremete, recordando que Sigmund Freud situó el rechazo natural que tenemos de trabajar con ese más allá (1992, p. 5). Cuando Freud se refería al más allá, indicaba que lo que sucede en dicho espacio, siempre, tiene que ver con el hombre, pues, el azar que acontece, nada tiene que ver con los efectos que en el hombre se asientan de ello. Lo que hay en juego en una urgencia, no escapa de estas circunstancias.

A propósito, y a pesar de que Jacques Lacan trabajó incansablemente sobre estos temas, preferimos recurrir, esta vez, al filósofo Quentin Meillassoux para enfatizar la búsqueda de alguna metodología que permita tratar la sustancia del problema en juego: 

[…] contra la violencia argumentada de los fanatismos diversos, importa volver a encontrar en el pensamiento un poco de absoluto, el suficiente, en todo caso, para oponerse a las pretensiones de aquellos que se querrían sus depositarios exclusivos, por el solo efecto de alguna revelación. (2015, p. 85) 

Al parecer, ese “poco de absoluto” no excluye, de ningún modo, al absoluto mismo, sino que, por el contrario, busca darle su estatuto real, es decir, ubicarlo. Y, fundamentalmente por eso, luego, puede operar con él. El punto a subrayar en Meillassoux, no es, como tal vez era esperable, plantear la imposibilidad de un absoluto, sino, la pluralización del mismo. Pero, esto último, será sólo a condición de cada uno de ellos se ponga en juego y muestre su existencia. El matemático Georg Cantor fue quien abrió el camino para que ideas como estas sean posibles (2006). 

En esta instancia, nos interesa volver al principio y ocuparnos de eso humano, que solo queda luego del devastamiento contingente. Ante esta situación, ¿sólo nos queda lo biológico y la solidaridad? Al ocuparnos seriamente (cada vez) de ese más allá, o, para decirlo de otra manera, de eso que ni las técnicas sobre lo biológico, ni aquellas sobre la solidaridad alcanzan, una urgencia tal vez permita producir soluciones sin caer incesantemente en la esperanza de encontrar, de una vez por todas, el remedio definitivo para la paz del hombre. Insistimos, el decir seriamente conlleva, ineludiblemente, no buscar, en primera instancia, prescindir de la urgencia. Un psicoanálisis, por ejemplo, implica ocuparse de ello. 

Pero frente a una urgencia, ¿es posible esperar que, primeramente, no se busque activar rápidamente toda la maquinaria de orden público (con todo lo que ello implica)? No lo sabemos. Solo buscamos, con este breve escrito, advertir dos cosas: la distancia que hay entre lo que se hace y lo que se cree que se hace, e interrogar si es necesario, en todas las ocasiones, que el destino de orden público sea la única perspectiva. 

Asimismo, entendemos que no se debe olvidar que el decir (no hablamos del simple hablar) tiene la cualidad de crear contexto. Por eso, cobra valor el esfuerzo de precisión a la hora de dar una respuesta ante los acontecimientos. En este punto, es importante advertir que dicha precisión se alcanza si sabemos claramente qué es, también, lo que no diremos (por más razones que tengamos para ello). 

De ningún modo, en este escrito se trata de realizar un elogio del silencio, pues no desconocemos que este también se utiliza como modelo de salud (para no alterar el bien común). Ubicar, en cambio, un silencio (Reik, 1999, p. 21), que nunca podría dar respuesta a una urgencia, pero sí respecto del propio decir, puede poner límites al empuje que, en ocasiones, tenemos de buscar reestablecer algún orden cualquiera. 

Para finalizar, retomamos la distinción que realizamos entre el comprometerse y el operar con la urgencia, para apuntar al acto que Jacques Lacan, en el seminario que dictó entre fines de 1973 y mediados de 1974, aseveró que lleva a ser incauto. Este último, nada tiene que ver con la cautela, la prevención, la ingenuidad, o con el consentir a estar dispuesto a ser engañado. Lo que Lacan buscaba rescatar con este término, sin entrañar una acepción negativa, es delimitar su lugar aclarando que es necesario no ser incauto de cualquier cosa, sino especialmente de algo: de la estructura del discurso en el que uno está inserto. Si uno no se ajusta a ella, ve la vida desde el punto de vista del viajero, del que no se halla en ningún lugar concreto. Esa estructura, al fin de cuentas, señala, es nuestro único patrimonio de saber (Lacan, 1973). Y no se trata de que toda solución se halle por la vía del saber, sino sólo de que allí podemos hallar el saber del que somos efecto. Es el primer lazo que hacemos sin saberlo (tal vez esa sea la razón de muchas de nuestras limitaciones). Una urgencia, como todo acontecimiento, nos fuerza a preguntarnos si ese será el único camino posible, o si podremos decidir salir de él (para eso un salto), es decir, si tendremos la chance, luego, de hacer otros lazos. 

Y tal vez, esos otros lazos, esa posibilidad real de dedicarse luego a un otro, solo será posible si, primero, nos ocupamos de nosotros mismos. De lo que hacemos ingenuamente. Tal vez, no sea otra la razón de que el ser humano hoy se encuentre frente al riesgo de ser excluido como especie. 

* En Cuadernos de Investigación Número 1. Publicación de Salto Ediciones. 

Referencias bibliográficas 

Bolaños, J. (2017). Bucle o salto. En Revista Saltos 4, 35-38.
Cantor, G. (2006). Fundamentos para una teoría general de conjuntos. Crítica.
Freud, S. (1992). Más allá del principio de placer. En J. L. Etcheverry (trad.), Obras completas Sigmund Freud (Vol. 18, pp. 1-62). Amorrortu (original publicado en 1920).
Lacan, J. (1973). Los incautos no yerran (Los nombres del padre). Seminario 21. http://www.bibliopsi.org/docs/lacan/26%20Seminario%2021.pdf
Lacan, J. (2009). El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada. Un nuevo sofisma. En Escritos 1 (pp. 156-167). Siglo XXI. 
Meillassoux, Q. (2015). Después de la finitud: ensayo sobre la necesidad de la contingencia. Caja Negra. 
Reik, T. (1999). En el principio es el silencio (1926). En El silencio en psicoanálisis (pp. 20-26). Amorrortu.